¿Cuál es la solución?

–La carretera ahora parece más larga– pensó mientras colocaba las nalgas sobre la goma negra del sillín. Llevaba pantalón. Uno que solo dejaba desprovista de tela la fina línea de carne entre sus tobillos y los zapatos.

Comenzó a pedalear. Ochenta latidos por segundo. Retrovisor. Doscientos metros. Un escalofrío desde el nacimiento del pelo hasta el vientre –malditos sean los deja vus–. Retrovisor.

Casi quinientos metros.

–¡Qué buena está…la bicicleta! –

Noventa latidos por segundo. En menos de un minuto, cincuenta metros más.

–¡Fííuu, fííuuu!–

Noventa y siete latidos por segundo. Un kilómetro para llegar a casa. Miró con el rabillo del ojo izquierdo el reflejo de un rostro casi desconocido.

Ciento veinte latidos por segundos, sudor, pedales, baches, señales, ¡un pare!, dolor e insultos inentendibles. Pedaleó un poco más.

La casa. Pasó las llaves. Tumbó la bicicleta y se secó las lágrimas mientras caminaba a la habitación. Sobre la cama yacían los restos de mezclilla de una falda. Ahora también los de aquel pantalón.

Autor: Yilenis Pérez Sanabia

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